La figura del corrector de estilo sigue siendo imprescindible. Es lo que vamos a defender en este post. Y además esperamos convencer a todo el mundo.
Los correctores de estilo no solo corrigen faltas de ortografía, como puede hacer el corrector automático de un programa tipo Word. Los correctores son profesionales que conocen la lengua y sus reglas, la forma de mejorar un texto, la manera de hacerlo comprensible, llenarlo de coherencia, enriquecerlo, adecuarlo al fin para el que ha sido creado y, con ello, prestigiar al cliente para el que trabajan.
El corrector de estilo es un profesional que tiene el conocimiento necesario para hacer su trabajo, pero también es alguien que posee unas cualidades especiales. Por ejemplo, tiene que ser capaz de hacer una lectura en tres niveles.
Un primer nivel para detectar los errores
¿Cuántas veces hemos leído bien algo que en realidad estaba mal? Son esos errores que llamamos «dedazos», o sea, cambiar el «odren de las letars» y que son difíciles de pillar. Un profesional puede detectarlos porque está entrenado para ello. Tampoco se le escaparía que falta una letra en «Las niñas iban vestida de azul». Evitaría errores que un corrector automático no detectaría: «la masa está lista», «la mesa esta lista», «la misa esta listo»… son tres frases que aparecerían como correctas si aplicáramos la corrección informática. Por lo mismo, solo un profesional podría discriminar si debe poner «cuándo» o «cuando», «mí» o «mi», «que» o «qué», «porque», «porqué», «por qué»…
Un segundo nivel para comprobar la sintaxis
El segundo nivel de lectura permite al corrector asegurarse de que la sintaxis es correcta: la concordancia de género y número; la puntuación, tan necesaria para entender un texto; el uso adecuado de los tiempos verbales; la eliminación de gerundios inapropiados… Su trabajo conseguirá la longitud idónea de las frases, la sustitución de palabras repetidas, la eliminación de localismos.
El corrector profesional también evita la pobreza léxica y elimina esos usos incorrectos del lenguaje como «a nivel de…», los extranjerismos innecesarios, las frases hechas y lugares comunes o la utilización inapropiada del vocabulario, algo muy gracioso que vemos a menudo: uno piensa equivocadamente que «diletante» significa una cosa y emplea la palabra sin venir a cuento; y no digamos con «adolecer», término al que suele atribuirse lo contrario de lo que quiere decir.
Un tercer nivel para vigilar el contenido
No es propiamente función del corrector comprobar que el teorema expuesto en un texto de matemáticas o el tratamiento en un escrito médico sean los correctos, pero su especialización le hará detectar errores y consultar con el autor antes de validar un texto. El corrector de textos sabe si el contenido es preciso, riguroso, coherente… Vamos, que se da cuenta de si se está diciendo una sandez en el caso de que el autor se haya despistado. Por lo mismo, en una novela o en una corrección literaria, se dará cuenta de si hay coherencia entre los diálogos, repeticiones, atribuciones impropias a personajes, narración en primera o tercera persona…
Este nivel de lectura es siempre importante, y especialmente después de una traducción; de este modo, el corrector se cerciora de que el texto se entiende y no contiene partes oscuras.
El corrector, además, adecuará la corrección del texto a la finalidad para la que haya sido escrito: no es lo mismo un contenido legal, científico, literario, divulgativo, publicitario…, ni tampoco es igual un escrito para publicar en Internet que en papel.
Escribimos fatal
No está claro si se trata de un problema de aprendizaje, de una deficiencia en los planes de estudio o de una especial complejidad de nuestra lengua, pero lo cierto es que muchísimas personas escriben mal y cometen multitud de errores. Es verdad que a menudo pasan inadvertidos para la gran mayoría de los lectores, pero tengamos por seguro que entre ellos habrá quienes conozcan las reglas de un texto bien escrito y para esa gente nuestra imagen va a perder puntos con cada error de estilo, gramatical o tipográfico.
Además, ahora tenemos un nuevo problema, y es que las redes sociales permiten difundir cualquier barbaridad al momento. Un error puede convertirnos en el hazmerreír de mucha gente, ávida de pillar a los demás en un desliz… ¡Como nosotros, sin ir más lejos! ¿Conocéis nuestra sección en Facebook de «No fueron a clase ese día»?