Hubo un tiempo en el que a las mujeres se les preguntaba a menudo: «¿Señora o señorita?». Sorprendentemente, nadie se molestaba por ello.
En asuntos como este se ve que hemos avanzado algo en igualdad. Cuesta imaginar que un hombre vaya a la carnicería y la dependienta, sonriente, le pregunte: «¿Señor o señorito?», o lo que es lo mismo: «¿Está usted casado o soltero?», que es lo que en realidad quiere conocer la persona que lanza tal cuestión.
Como la lengua es tramposa y se esconde tras esas argucias que magistralmente describió Álex Grijelmo en La seducción de las palabras, algunas mujeres ni siquiera caen en la cuenta de que, directamente, su interlocutor, sin conocerlas de nada, está indagando acerca de su estado civil.
El sexismo no se da solo en español. También los franceses tienen su madame y mademoiselle o los ingleses su miss y su mistress. Parece que una mujer casada, que pasa de señorita a señora, adquiere un estatus diferente, un título, aunque sea de propiedad por parte de su marido. Puede que esos hombres que preguntaban y todavía preguntan «¿Señora o señorita?» solo quieran saber si la mujer está disponible, o sea, si pueden intentar alguna maniobra de aproximación. Es de suponer que en otros tiempos también hubo sentimientos de respeto a lo que se etiquetaba como propiedad privada, algo así como un pacto entre caballeros que no tenía en cuenta la libertad de las mujeres.
El señorito
Otra reflexión que viene a cuento es que no es lo mismo ser una señorita que un señorito. Señorita es, como dice la RAE, «un término de cortesía que se aplica a la mujer soltera», mientras que señorito significa, para el común de los hispanohablantes, un tipo «acomodado y ocioso», según recoge una de las acepciones del Diccionario de la lengua española en su vigesimotercera edición.
Hoy ser señora o señorita no indica que el estado civil importe. En España, casi uno de cada dos niños nace de parejas que no han pasado por el Registro, y las mujeres, aunque estén casadas legalmente, pueden separarse si les da la gana o irse con quien quieran sin dar explicaciones.
La misma discriminación con otro disfraz
Señorita debería ser hace tiempo un arcaísmo que solo emplearan nuestros padres para dirigirse a las dependientas de El Corte Inglés, que escucháramos en Cine de barrio antes de cambiar de cadena a toda prisa o que viéramos en la marquesina del autobús: «Se alquila habitación a señorita».
Muchas profesoras no se molestan cuando sus alumnos les dicen seño en vez de profe o Marta, porque aquí no tiene una connotación discriminatoria.
Pero ocurre que, aunque actualmente se pueda preguntar a las bravas «¿Tienes pareja?» sin parecer descortés, hay gente que sigue diferenciando entre señora y señorita, y no ya en función del estado civil, sino de la edad. Otra forma de sexismo.
Si un hombre es joven, nadie le llama señorito como tratamiento de respeto; nos dirigimos a él como señor, aunque tenga 20 años. Pero si una mujer ronda los 35, hay quien duda si decir señora o señorita: la aludida podría pensar que se le van notando los años, que la llaman vieja. Desgraciadamente, todavía muchas mujeres se molestan cuando alguien les da el tratamiento de señora. No debería ser así. Todas las mujeres, con independencia de su edad y estado civil, son señoras. Igual que los hombres, jóvenes o viejos, solteros o casados, son señores.
La Academia no tiene la culpa de que sigamos con esta discriminación, y en su defensa hay que decir que últimamente hace notables equilibrios para parecer políticamente correcta. Como bien se cansa de repetir, no legisla sino que recoge los usos de los hablantes. Así que, hombres y mujeres, dejad de utilizar la palabra señorita para indicar que una mujer es joven; mujeres, dejad de ofenderos cuando penséis que os ponen más años de los que creéis aparentar. Solo así la RAE cambiará la definición.